1 Corintios 15.58
“Por lo tanto, mis queridos hermanos, manténganse firmes e inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que su trabajo en el Señor no es en vano”.
“Por lo tanto, mis queridos hermanos, manténganse firmes e inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que su trabajo en el Señor no es en vano”.
Cuando empezamos algún proyecto nuevo o volvemos al trabajo
luego de unos días de descanso por vacaciones; cuando entramos en una etapa
distinta en nuestra vida o comenzamos un nuevo ciclo en nuestros estudios,
nuestra intención siempre es la de dar lo mejor. Nos esforzamos por mejorar día
a día, cumpliendo cada objetivo que nos trazamos… sin embargo, no somos capaces
de mantener el ritmo. La rutina, el cansancio, la falta de motivación, los
problemas, las cosas que faltan, y muchos otros factores hacen que poco a poco
soltemos el freno del acelerador y ya no avancemos con tanto ímpetu como antes.
Lo mismo es en nuestra vida espiritual. Empezamos en el camino
de la fe con el deseo absoluto de revolucionar el mundo, de compartir con otros
esa noticia que fue capaz de cambiar nuestra vida. Nuestro corazón se vuelve
sensible ante las necesidades de otros, y a desear trabajar de inmediato para
el Señor. Le dices a Dios que use tus manos, tus pies, tus labios, todo tu
cuerpo para hablar a otros de Él. Pero pasan los días y ya no es lo mismo. Algo
empieza a bajarte las revoluciones. Y esto no sólo es de ahora, los primeros
cristianos además de ser considerados como los raros y excluidos de la cultura
de su tiempo, fueron abrumados con dudas, decepciones y frustraciones; y aun
así se mantuvieron firmes. ¿Creen que eso no los afectaba? “Por lo demás,
hermanos míos, manténganse firmes en el Señor y en el poder de su fuerza”
(Efesios 6.10). Sabían que su trabajo para el Señor y la forma de conducirse
ante otros no les iba a suavizar las cosas, sino a ponerlas más apretadas. “No
nos cansemos pues de hacer el bien; porque a su tiempo segaremos, si no nos
damos por vencidos” (Gálatas 6.9). “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro,
para que se vea que la excelencia del poder es de Dios, y no de nosotros, que
estamos atribulados en todo, pero no angustiados; en apuros, pero no
desesperados; perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no destruidos”
(2 Corintios 4.7-8). Con todo eso, nada fue impedimento para ser usados por el
Espíritu Santo y cumplieron con creces su misión de llevar el Evangelio a todo
el mundo.
Nunca nadie dijo que
trabajar para el Señor sería fácil. No lo es. No lo fue antes, y no tendría por
qué serlo ahora. Cuando perteneces a Cristo y deseas trabajar fervientemente
para Él, tienes que entender algo: “Ninguno que milita se enreda en los
negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó como soldado… El
labrador, para participar de los frutos, debe trabajar primero.” (2 Timoteo
2.4, 6). Necesitamos entender que sin sacrificio no hay recompensa. Que si
quieres obtener algo, tienes que soltar algo que está de más. Tienes que
decidir. No hay nada más gratificante que terminar tu jornada, exhausto,
sirviéndole a Él. Perderte y privarte de cosas (muchas veces innecesarias),
sabiendo que tu vida alienta a la de otros; entendiendo que por Su
misericordia, Él transformó algo que no tenía valor para hacerlo luz y sal en
este mundo. ¿Por qué no? ¿Por qué no decidirte a sudar la camiseta por Él para
que al terminar tu paso por este mundo, puedas estar confiado en presentarte
ante tu Creador, esperando recibir lo que Él tiene reservado para ti? “Ningún
ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo
que Dios ha preparado para quienes lo aman” (1 Corintios 2.9). #DanielJ #Adhulam
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