domingo, 6 de marzo de 2016

NO BAJES EL RITMO


1 Corintios 15.58
“Por lo tanto, mis queridos hermanos, manténganse firmes e inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que su trabajo en el Señor no es en vano”.
Cuando empezamos algún proyecto nuevo o volvemos al trabajo luego de unos días de descanso por vacaciones; cuando entramos en una etapa distinta en nuestra vida o comenzamos un nuevo ciclo en nuestros estudios, nuestra intención siempre es la de dar lo mejor. Nos esforzamos por mejorar día a día, cumpliendo cada objetivo que nos trazamos… sin embargo, no somos capaces de mantener el ritmo. La rutina, el cansancio, la falta de motivación, los problemas, las cosas que faltan, y muchos otros factores hacen que poco a poco soltemos el freno del acelerador y ya no avancemos con tanto ímpetu como antes.
Lo mismo es en nuestra vida espiritual. Empezamos en el camino de la fe con el deseo absoluto de revolucionar el mundo, de compartir con otros esa noticia que fue capaz de cambiar nuestra vida. Nuestro corazón se vuelve sensible ante las necesidades de otros, y a desear trabajar de inmediato para el Señor. Le dices a Dios que use tus manos, tus pies, tus labios, todo tu cuerpo para hablar a otros de Él. Pero pasan los días y ya no es lo mismo. Algo empieza a bajarte las revoluciones. Y esto no sólo es de ahora, los primeros cristianos además de ser considerados como los raros y excluidos de la cultura de su tiempo, fueron abrumados con dudas, decepciones y frustraciones; y aun así se mantuvieron firmes. ¿Creen que eso no los afectaba? “Por lo demás, hermanos míos, manténganse firmes en el Señor y en el poder de su fuerza” (Efesios 6.10). Sabían que su trabajo para el Señor y la forma de conducirse ante otros no les iba a suavizar las cosas, sino a ponerlas más apretadas. “No nos cansemos pues de hacer el bien; porque a su tiempo segaremos, si no nos damos por vencidos” (Gálatas 6.9). “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que se vea que la excelencia del poder es de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en todo, pero no angustiados; en apuros, pero no desesperados; perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no destruidos” (2 Corintios 4.7-8). Con todo eso, nada fue impedimento para ser usados por el Espíritu Santo y cumplieron con creces su misión de llevar el Evangelio a todo el mundo.
Nunca nadie dijo que trabajar para el Señor sería fácil. No lo es. No lo fue antes, y no tendría por qué serlo ahora. Cuando perteneces a Cristo y deseas trabajar fervientemente para Él, tienes que entender algo: “Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó como soldado… El labrador, para participar de los frutos, debe trabajar primero.” (2 Timoteo 2.4, 6). Necesitamos entender que sin sacrificio no hay recompensa. Que si quieres obtener algo, tienes que soltar algo que está de más. Tienes que decidir. No hay nada más gratificante que terminar tu jornada, exhausto, sirviéndole a Él. Perderte y privarte de cosas (muchas veces innecesarias), sabiendo que tu vida alienta a la de otros; entendiendo que por Su misericordia, Él transformó algo que no tenía valor para hacerlo luz y sal en este mundo. ¿Por qué no? ¿Por qué no decidirte a sudar la camiseta por Él para que al terminar tu paso por este mundo, puedas estar confiado en presentarte ante tu Creador, esperando recibir lo que Él tiene reservado para ti? “Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman” (1 Corintios 2.9). ‪#‎DanielJ ‪#‎Adhulam


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