Cuidar lo que es de otro es el mejor
camino para aprender fidelidad.
Moisés cuidaba las ovejas de su suegro mientras
ellas hacían el meeeeee de rigor y David con arpa en mano hacía lo mismo con
unas cuantas de su padre. El último era más joven que el primero y ninguno
pensaba en los beneficios, sólo en servir fielmente aquí, allá y ahora. No era
fácil para ellos y no debe serlo para nadie. Lo fácil no cuesta y lo que
cuesta, vale. La fidelidad es la piedra angular del carácter por eso su precio
vale en oro.
Moisés no tenía un doble o escondido interés con su
suegro. David no jugaba a la maquinación de “hago esto para ver que saco”. ¡Ellos
tenían escrúpulos! Moisés no soñaba ni a medias ser el libertador de nadie y
David nunca se alucinó bajándose gigantes. Ambos hacía lo que debían hacer:
cuidar lo que se les había confiado.
Filipenses 2.3-4: “Nada hagan por contienda o por vanagloria; antes
bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo;
no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los
otros”.
Defender lo que no es tuyo, vigilar con ojos bien
abiertos lo que no te pertenece es la prueba diaria para formar un corazón
fiel. Desarrollar ojos de dueño, dando la vida por aquello que se te ha hecho
responsable, y que no puedes meterle mano porque sencillamente no es tuyo es un
sano ejercicio. Sólo eres un administrador, el guachimán incansable en el que
Dios, un pastor, un padre o madre, un jefe de trabajo, un profe, etc. confían a
ojo cerrado.
Es cierto, al hombre fiel le espera la recompensa,
pero a él no le mueve la recompensa. Le mueve el amor. Y el amor lo hace fiel.
¿Amor a quién? Amor a su prójimo, amor a quien sirve, amor a quien lava los
pies. El Maestro de Nazaret lo definió así: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”
(Marcos 12.31). Y eso incluye también lo que posee. Abre tus
ojos, la fidelidad a uno mismo no existe. Repasa, Josué sirvió a Moisés, Eliseo
a Elías, Samuel a Elí, David a Saúl, Pedro a Jesús y Jesús a los hombres, y
esto es figura repetida en toda la Biblia.
¿Cuidas lo que tu pastor te ha confiado? ¿Cuidas
las cosas que no te pertenecen como si fueran tuyas? ¿Cuidas las ovejas que se
te han confiado? David no tenía la ambición existencial de que “algún día las
ovejas serán mías”. Eso es una bazofia. La parábola de los talentos de Mateo 25
no funciona sin fidelidad y en la presencia de Dios no transitará ningún repulsivo
interesado. La fidelidad es un músculo que se talla en tu corazón cuando
sirves, cuando tomas la toalla y lavas los pies de quien sirves. Ese es el
camino del verdadero discipulado.
¿Qué te une a Dios? ¿Sencillamente el amarlo o las
bendiciones que te puede dar? ¿Qué te une a tu padre? ¿El estar con él o el ir
tras lo que tiene? ¿Qué te une a tu pastor? ¿El cuidar las ovejas o el interés
de aprovecharte de la posición que te ha confiado? Lo tienes que sopesar. En Lucas 12.42-43 el Señor textualmente dice: “¿Quién es el mayordomo
fiel y prudente al cual su señor pondrá sobre su casa, para que a tiempo les dé
la ración? 43 Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le
halle haciendo así.” No tomes lo que se te ha confiado, ni presumas, no es
tuyo, sólo cuídalo. Reinvindica lo ajeno y verás que Dios jamás se olvida de un
corazón fiel. Él ya tiene bajo siete llaves lo que es tuyo.
Bendiciones totales,
Raul Zetta
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