Proverbios 17.9
“El que perdona la ofensa cultiva el amor;
El que insiste en la ofensa divide a los amigos”.
El que insiste en la ofensa divide a los amigos”.
El azotó la puerta a su salida
Y su mirada poseída por el orgullo
aún ni sabe qué dirección le espera.
Con sus nuevos ojos no entendía el mundo.
Con un puño cerrado iba apretando el cuello a la cordura
Respira, respira profundamente.
Vamos deja que el silencio siembre quietud.
Respira, toma todo el aire que puedas.
Y su mirada poseída por el orgullo
aún ni sabe qué dirección le espera.
Con sus nuevos ojos no entendía el mundo.
Con un puño cerrado iba apretando el cuello a la cordura
Respira, respira profundamente.
Vamos deja que el silencio siembre quietud.
Respira, toma todo el aire que puedas.
El perdón nos invita a negarnos, a examinarnos, somos hijos del
perdón. Somos hijos de muchas lágrimas. Él camino se hace largo y el tiempo no
sana la herida. Él camina sin querer ver la verdad que tiene escrita en la
frente y a cada paso que da, se extravía más.
El mundo sangra su falta de perdón. No es fácil reconocer que
nos equivocamos. Es fácil esconder la mano después de arrojar la piedra. La
falta de perdón ha destruido familias, ha zanjado distancia de padres a hijos,
y aún, entre hermanos en todo el planeta, mientras consumen sus años sin puerto
de llegada a la reconciliación.
Dios nos manda perdonar, a ejercitarnos en morir a nuestros
egos. Jesús dio su vida y nos dio el máximo ejemplo de perdón. El amor todo lo
sufre, todo lo perdona y nunca muere. Algunos pueden caminar con el corazón
marchito por falta de perdón. La pregunta es, ¿quién merece el perdón? La
respuesta es: ninguno. Así pues hermanos, ejercitemos el perdón dejando que la
voluntad de Dios nos cincele. No caminemos el camino largo del orgullo. La
Palabra de Dios nos dice: “Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con
otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo”
(Efesios 4.32). Y “Porque si perdonan a otros sus ofensas, también los
perdonará a ustedes su Padre celestial” (Mateo 6.14).
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