¿Cuál te importa más? ¿La reputación de Dios o la tuya?
Después de haber sido rechazado y vendido por sus hermanos, José se convirtió en esclavo. Tenía razones de sobra para ser un empecinado amargado y quejumbroso contra Dios y hasta olvidarse de Él. Su amo en Egipto era un frívolo y vivía como los que no conocen ni respetan a Dios. Todo lo que le rodeaba era impío, impuro, frío, bizarro, caótico, etc. Nadie en lo absoluto vivía rectamente. A nadie le pegaba la idea de una vida santa. Ni siquiera uno solo. Estaba en un país extraño donde todo olía a pescados y pecados.
Poco tiempo después le sobrevino la gran tentación. La esposa de Potifar quería irse a la cama con él (Génesis 39.7-12). Un cuerpo desnudo. Era mucho más que ver la contraportada de un periódico amarillo cualquier día de semana. En vivo y en directo, una mujer bella, no cualquier mujer. Una de las más deseadas estaba frente a sus ojos. Solo le quedaba saltar a la cama y olvidarse del tiempo. Sin embargo, José eligió el camino de los “maricas” según la falsa hombría de hoy. Él sabía que las cosas se usan, no las personas. Él no tomaría a una mujer infiel como pretexto para satisfacerse y traicionar a Dios. José no era un joven corriente, ni común… él era un sesudo hombre de Dios. Percibió la trampa y huyó como un guepardo para no jugarse su futuro en Dios.
Claro, a José le importó más la reputación de Dios que la pseuda reputación suya. El honor de su Señor estaba primero. ¿Oye José nadie te ve? ¡Mentira! ¡Dios me ve! José supo que un Dios santo solo puede ser seguido por gente limpia que lo ama con un corazón limpio. A los ojos de nuestra percudida sociedad él era un perdedor pero a los ojos de Dios era lo mejor de su vitrina. Después de esta, ya figuraría en Hebreos 11: el pabellón de los héroes de la fe.
¿Te has preguntado cómo sería José en nuestra sociedad? Igual de santo. Igual de limpio. Igual de escurridizo. ¡Huyó! La Biblia recomienda que huyamos en tal situación. Huir es escapar por tu vida. Huir también es de hombres y mujeres. No se puede jugar con el honor y la santidad de Dios. No podemos tirar así nuestro futuro de esa húmeda y burda manera. Somos llamados a ser puros como el agua. En la medida como atesoramos los mandamientos de Dios, es en esa misma medida que su Palabra va limpiando nuestro camino, y ella misma nos dice: “Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor” (2 Timoteo 2.22).
Salmo 119.9: “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu Palabra”.
La lujuria no es algo que se grita o que se muestre, sólo sus consecuencias son visibles. Todo lo demás es asolapado. ¿Hay lujuria asolapada en tu corazón? ¿Cuándo estás a solas tiendes a pensar más en tus propios deseos pasionales? Los asuntos más lúbricos de nuestra generación hoy ocupan las primeras planas de los diarios, hoy tienen espacio y demanda pero el sexo sabe esperar en la vida de un hombre que vive para los propósitos de Dios. Un corazón limpio no se compra ni se vende. ¡Cuídalo! Es el único que tienes y el único que definirá tu futuro.
El Señor bendiga y sorprenda tu fin de semana.
Raul Zetta
Tomado del Devocional el Z + 1.
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