Para Dios no siempre ser pobre es una maldición, ni ser
rico es una bendición. Dios siempre mide diferente que el hombre.
Párate al lado de Bill Gates y serás un limosnero. Párate
al lado de un pirañita que duerme a orillas del río Rímac y te sentirás un
todopoderoso. ¡Pruébalo! La revista Forbes le ha dice al mundo cada año quién
es quién en este planeta. Su lista top anual muestra a los dueños del mundo que
se han hecho un hueco a punta de ya tú sabes, para disputarse el bizarro honor
de quién es el más rico de todos. Pero, ¿qué puede pensar Dios de un rico de
este mundo? Bueno allí te va: “Pues tú dices que eres rico, que te ha ido muy
bien y que no necesitas de nada. Pero no te das cuenta de que eres un
desventurado, un miserable, y que estás pobre, ciego y desnudo.18 Por eso te
aconsejo que compres de mí lo que de veras te hará rico. Porque lo que yo doy
es de mucho valor, como el oro refinado en el fuego. Si no quieres pasar la
vergüenza de estar desnudo, acepta la ropa blanca que yo te doy para que te
cubras con ella, y las gotas medicinales para tus ojos. Sólo así podrás ver
realmente como son las cosas” (Apocalipsis 3.17-18 BLS/PAR). ¿Duele? ¡Cómo
duele!
Vamos, no hay que engañarse con vanos conceptos, si lo
dice el de arriba que es más exhaustivo que nosotros entonces así hay que medir
las cosas. La gente que vivía en Laodicea, (una ciudad comercialmente clave
para entonces ubicada en el valle del río Licus, y que llevaba el nombre de la
mujer del líder seléucida Antíoco II, Laodice), estaba confiando su existencia
en las riquezas por encima del Señor. Ellos medían la vida espiritual de un
creyente en base a su vana prosperidad material. ¿No suena eso conocido? Ese
pensamiento se ha masificado hoy en la Iglesia. Según Dios, el hombre que lo
tiene todo es el que está consumido en una miserable pobreza real al carecer de
una relación personal con Jesucristo. Espiritualmente está muerto en vida y él
ni cuenta se da.
Él se considera rico a sus ojos, pero a los ojos de Dios es un
insoportable pordiosero.
Ahora observa quiénes son los verdaderamente ricos según
la medida de Dios. “¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que
sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?”
(Santiago 2.5). Un rico en fe equivale a alguien que tiene una genuina relación
con Dios, que ha hecho de Jesús el Salvador y Señor de su vida aceptando su
salvación y vida eterna ganada con su sangre en la cruz, es feliz con lo que
posee sin llegar al conformismo y es un total dependiente y deudo de la
misericordia y gracia de Dios. No imagina su vida sin Él ¡jamás!
Santiago no suelta por ningún lado la idea de que seremos
ricos en posesiones, sino en fe. Alguna mente torcida dirá, “pero la fe es para
prosperarme” !No es cierto! La fe está hecha para que la voluntad de Dios se
cumpla en nuestra vida. En Hebreos 11 existe una lista de héroes con una fe
pocas veces vista, asombrosa y a veces escalofriante, y que pese a ello, nunca
recibieron lo que se les prometió con tal de cumplir el propósito de Dios.
Rozaron el límite de sus fuerzas, sudaron agonías por honrar a Dios y el Señor
dijo que el mundo no era digno de ellos (Hebreos 11.33-39). No tenían nada, y a
la vez lo tenían todo. Eran los pobres de este mundo. ¡Qué pobres!
El gran peligro de las riquezas es que tu corazón se vaya
como loco tras ellas y sean ellas tu dios, con un Jesús relegado y lejos del
alcance de tu vista. No lo vas a creer: los hermanos laodicenses dejaron a
Cristo fuera de su propio templo. El “Yo estoy a la puerta y llamo”
(Apocalipsis 3.20) es eso… ¡Jesús pidiendo entrar! El sabio Salomón escribió
algo desconcertante: “¿Has de poner tus ojos en las riquezas, siendo ningunas?
Porque se harán alas como alas de águila, y volarán al cielo” (Proverbios
23.5). “Hay quienes se hacen ricos, y no tienen nada: Y hay quienes se hacen
pobres, y tienen muchas riquezas” (Proverbios 13.7). ¡Qué dices! Para Dios no siempre
ser pobre es una maldición, ni ser rico es una bendición. No lo tendremos todo
en la tierra porque fuimos creados para una vida superior a la que tenemos.
Jesús habló de invertir bien la vida: “Hagan tesoros en el cielo y no en la
tierra” (Mateo 6.20). Con seguridad, ninguno que figura en la lista Forbes
forma parte de la lista de ricos según Dios.
¡Habla laodicense! Es hora de desmitificar a los ricos.
No materialices tu vida espiritual. La fe no la necesita. Si tu prosperidad es
consecuencia de una vida justa y piadosa, bienvenida sea. Mejor adopta el
consejo de Dios y vivirás sin afán como pensaba el rey David y el escritor de
Proverbios: “Mejor es lo poco del justo, que las riquezas de muchos pecadores”
(Salmo 37.16). “(Señor) no me des pobreza ni riquezas; mantenme del pan
necesario; 9 no sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? O que
siendo pobre, hurte, y blasfeme el nombre de mi Dios” (Proverbios 30.8-9).
Quizá un hijo de Dios no lo tenga todo aquí, pero tiene a Cristo, su gracia, su
perdón, su amor, su paz, su confianza, su provisión, su salvación y la vida
eterna. ¿Eso es poco? Recibe tu pan nuestro de cada día con gratitud a Dios,
ten contentamiento con lo que tienes y vive tu vida sin el estrés convulso que
agobia a las mayorías donde la codicia manda y domina al hombre sin Dios. Si
hoy tu Señor te midiera, ¿serías hallado rico o pobre según sus cánones? Él
siempre mide diferente que el hombre, pero su medida es exacta y sobre todo
justa.
Bendiciones totales,
Raul Zetta
Tomado del Devocional el Z + 1.
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