El Islam no es una religión, ni una secta. En su forma más completa, es 100 % un sistema para todos los aspectos de la vida. El Islam tiene componentes religiosos, legales, políticos, económicos, sociales, y militares. El componente religioso es la base para todos los otros componentes.
La islamización comienza cuando hay musulmanes suficientes en un país, para manifestarse a favor de sus privilegios religiosos. Cuando las sociedades “políticamente correctas”, “tolerantes” y con “diversidad cultural” aceptan las demandas musulmanas por sus privilegios religiosos, algunos de los otros componentes, poco a poco, tienden a incorporarse también.
He aquí cómo funciona. Mientras la población musulmana permanezca alrededor o por debajo del 2 %, en un país determinado, será considerada en su mayor parte como una minoría amante de la paz, y no como una amenaza para los demás ciudadanos.
Cuando han alcanzado un 2 a 5 %, comienzan a hacer proselitismo de otras minorías étnicas y grupos descontentos, a menudo con un reclutamiento de las cárceles y entre bandas callejeras.
A partir del 5 %, ejercen una influencia excesiva en proporción a su porcentaje dentro de la población. Por ejemplo, impulsan la introducción de los alimentos halal (alimentos limpios conforme a las normas islámicas), asegurando de esta manera puestos de trabajo para musulmanes en la preparación de alimentos conforme a esta expectativa islámica. Asimismo, aumentarán la presión sobre las cadenas de supermercados para ofrecer comida halal en sus estanterías - junto con amenazas en caso de incumplimiento. Además, a esta altura llega el tiempo de ocuparse para conseguir que el gobierno de turno les permita gobernarse a sí mismos (primero dentro de sus ghettos) bajo la sharia, la ley islámica. El objetivo último de los islamistas es establecer la sharia en el mundo entero.
Cuando los musulmanes se acerquen al 10 % de la población, tenderán a fomentar la anarquía como medio de queja sobre sus condiciones. En París y otras ciudades europeas ya estamos presenciando el vandalismo y quemas de coches. Cualquier acción que parece como ofensiva al Islam resulta en insurrecciones y amenazas, como sucedió en Ámsterdam, o con la oposición a las caricaturas de Mahoma y ciertas películas sobre el Islam. Estas tensiones se ven a diario en muchos países.
Después de alcanzar el 20 %, las naciones pueden esperar disturbios violentos, formaciones de milicias yihadistas, asesinatos esporádicos, y la quema de iglesias cristianas y sinagogas judías.
Al llegar al 40 %, las naciones experimentan masacres generalizadas, ataques terroristas crónicos, y una guerra con milicia permanente.
A partir del 60 %, las naciones experimentan persecución cruenta de los infieles (que son todas las personas que no son musulmanas, y especialmente los cristianos), incluyendo a musulmanes que están disconformes con la corriente radical. Se progresa a la limpieza étnica esporádica (genocidio), a la aplicación de la ley sharia como arma, y a la exigencia del yizia, que es un impuesto aplicado a los “infieles” – especialmente a los cristianos.
Después del 80 %, es de esperar la intimidación cotidiana y una yihad violenta, la limpieza étnica estatal, e incluso genocidios, mientras que estas naciones expulsan a los “infieles”, y progresan en su avance hacia el 100 % de musulmanes.
El 100 % marcará el comienzo de la paz de “Dar-es-Salaam”, la casa islámica de la paz. Aquí se supone que reine la paz, porque todo el mundo es musulmán, las madrazas son las únicas escuelas y el Corán es la única palabra. Por desgracia, la paz no se logra en este estado del 100 %; los musulmanes más radicales intimidan y vomitan odio y satisfacen su sed de sangre al matar a los musulmanes menos radicales, por una variedad de razones.
La islamización comienza cuando hay musulmanes suficientes en un país, para manifestarse a favor de sus privilegios religiosos. Cuando las sociedades “políticamente correctas”, “tolerantes” y con “diversidad cultural” aceptan las demandas musulmanas por sus privilegios religiosos, algunos de los otros componentes, poco a poco, tienden a incorporarse también.
He aquí cómo funciona. Mientras la población musulmana permanezca alrededor o por debajo del 2 %, en un país determinado, será considerada en su mayor parte como una minoría amante de la paz, y no como una amenaza para los demás ciudadanos.
Cuando han alcanzado un 2 a 5 %, comienzan a hacer proselitismo de otras minorías étnicas y grupos descontentos, a menudo con un reclutamiento de las cárceles y entre bandas callejeras.
A partir del 5 %, ejercen una influencia excesiva en proporción a su porcentaje dentro de la población. Por ejemplo, impulsan la introducción de los alimentos halal (alimentos limpios conforme a las normas islámicas), asegurando de esta manera puestos de trabajo para musulmanes en la preparación de alimentos conforme a esta expectativa islámica. Asimismo, aumentarán la presión sobre las cadenas de supermercados para ofrecer comida halal en sus estanterías - junto con amenazas en caso de incumplimiento. Además, a esta altura llega el tiempo de ocuparse para conseguir que el gobierno de turno les permita gobernarse a sí mismos (primero dentro de sus ghettos) bajo la sharia, la ley islámica. El objetivo último de los islamistas es establecer la sharia en el mundo entero.
Cuando los musulmanes se acerquen al 10 % de la población, tenderán a fomentar la anarquía como medio de queja sobre sus condiciones. En París y otras ciudades europeas ya estamos presenciando el vandalismo y quemas de coches. Cualquier acción que parece como ofensiva al Islam resulta en insurrecciones y amenazas, como sucedió en Ámsterdam, o con la oposición a las caricaturas de Mahoma y ciertas películas sobre el Islam. Estas tensiones se ven a diario en muchos países.
Después de alcanzar el 20 %, las naciones pueden esperar disturbios violentos, formaciones de milicias yihadistas, asesinatos esporádicos, y la quema de iglesias cristianas y sinagogas judías.
Al llegar al 40 %, las naciones experimentan masacres generalizadas, ataques terroristas crónicos, y una guerra con milicia permanente.
A partir del 60 %, las naciones experimentan persecución cruenta de los infieles (que son todas las personas que no son musulmanas, y especialmente los cristianos), incluyendo a musulmanes que están disconformes con la corriente radical. Se progresa a la limpieza étnica esporádica (genocidio), a la aplicación de la ley sharia como arma, y a la exigencia del yizia, que es un impuesto aplicado a los “infieles” – especialmente a los cristianos.
Después del 80 %, es de esperar la intimidación cotidiana y una yihad violenta, la limpieza étnica estatal, e incluso genocidios, mientras que estas naciones expulsan a los “infieles”, y progresan en su avance hacia el 100 % de musulmanes.
El 100 % marcará el comienzo de la paz de “Dar-es-Salaam”, la casa islámica de la paz. Aquí se supone que reine la paz, porque todo el mundo es musulmán, las madrazas son las únicas escuelas y el Corán es la única palabra. Por desgracia, la paz no se logra en este estado del 100 %; los musulmanes más radicales intimidan y vomitan odio y satisfacen su sed de sangre al matar a los musulmanes menos radicales, por una variedad de razones.
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