A ningún partido político le interesa limpiar los
establos del Poder Judicial. A ninguno.
Eso da una idea de lo podrida que está la política en el
Perú.
Porque todos los partidos juegan a aprovechar el poder
para presionar a los jueces venales. Y lo hacen, sobre todo, cuando llegan al
Ejecutivo.
Por lo tanto, cuando uno elige presidente de la República
también elige al presidente de la Corte Suprema y a una corte de los milagros
de harapientos morales que sigue las consignas de turno y recibe los fajos
correspondientes.
En esas covachas del Palacio de Justicia, entre
secretarios de uñas sucias, jueces a tanto el fallo, mesas de partes llenas de
gusanos, vocalías de sargazo, sierpes con toga, cucarachas con toga, pederastas
que exculpan a pederastas, manoseadores que excusan a manoseadores, rateros que
liberan a rateros, basura que juzga a basura, en medio de esa maleza humeante,
los pobres pueden perder la libertad y el patrimonio y los ricos pagarán su
cuota para no perder nada.
Hace varios años yo tuve que estar pendiente, por un
largo periodo, de un juicio en que un sujeto, denunciado por el municipio de
Lima por proxenetismo, me acusó de haberlo difamado por decir lo que
exactamente decían las autoridades la noche en que clausuraron el cine-burdel
del que era accionista. Y durante varios años debí recorrer, tapándome la
nariz, esos ambientes que el perfumista de Suskind no habría envidiado.
Así que hablo con conocimiento de causa. He padecido
quince juicios en mi vida de periodista, el último de los cuales me fue
entablado por el presidente regional de Ancash, el amigote de Heriberto Benítez.
Y he tenido que verme con abogados y acudir a esas salas donde no se sabe qué
da más vergüenza: el hacinamiento insalubre de papeles, la incompetencia mental
de algunos jueces, la caspa de los secretarios, la práctica enferma de que en
este país cualquier tipejo te puede poner una querella, encontrar un juzgado a
su altura y amenazarte con indemnizaciones que pueden sacarte de circulación.
¿Y todo por qué?
Porque la putrefacción del Poder Judicial lo permite.
Y es por eso que en el Perú un litigio puede terminar
contigo sin que los hechos tengan algo que ver con el fallo.
¿Acaso no recuerdan, amables lectores, qué sentencias
consiguió Genaro Delgado en la salita del SIN ofreciendo mi cabeza de mula
terca? ¡Las sentencias que le permitieron ningunear a sus hermanos y ganar 70
millones de dólares vendiendo a solas lo que debió vender en compañía! Y ahora
este resumen del hampa televisiva se atreve a decir que Montesinos habría hecho
arreglos millonarios conmigo (y yo no sé si acudir al Poder Judicial que a él lo favoreció o al
neurólogo geriátrico que lo trata con los medicamentos equivocados).
¿Acaso no recuerdan qué juicio feroz prometió hacerme –y
me hizo- Julio Vera Abad, el dueño de canal 9, en esa misma salita? ¿Y no
recuerdan qué cara de alegría y qué voz de compinche puso Montesinos, el asesor
del japonés traidor, cuando le dijo a Vera que lo ayudaría de inmediato
tramitando aquel juicio en mi contra?
Y lo tramitó. Y durante años me hicieron la vida imposible.
Como me la hizo el general Clemente Noel Moral, a quien acusé, con pruebas, de
haber empezado la guerra sucia contra Sendero. Y que pidió para mí las penas
máximas que la ley de Fujimori permitía.
No hablo como comentarista, entonces. Hablo como víctima
y testigo. Y hablo indignado porque el país no parece reaccionar ante la
suciedad insolente de estos magistrados que, en sociedades más conscientes de
sus derechos, no sólo habrían sido investigados y destituidos sino que habrían
dado con sus huesos en prisión.
¿De qué clase de resignación está hecho nuestro país? ¿De
dónde nos viene esta sangre de horchata? ¿En qué momento nos jodimos como
ciudadanos?
El momento podría datarse
perfectamente.
Nos jodimos como ciudadanos el día en que empezamos a tolerar
el Poder Judicial que hiede mientras sentencia.
¿Y cuándo sucedió eso?
En el caso del Perú, siempre: desde la fundación de la
República. Es esta tarea pendiente la que nos devora.
La reorganización del poder judicial, la desinfección de
sus salas no pueden ser realizadas por quienes viven de su infección.
¿Autorreorganización? Eso es una broma.
Un día soñé que una turba justa, una multitud de
vengadores, un vocerío de mujeres y hombres ofendidos entraba al Palacio de
Justicia y lo quemaba entero. Soñé que lenguas de fuego purificadoras hacían
ceniza sus expedientes amarrados con sogas, su
carceleta donde duerme la muerte, soñé que el fuego volvía oscuras sus
columnas de palacio francés vuelto prostíbulo y que de sus sótanos, donde
habita Circe, la bruja que vuelve cerdos a los hombres, salían, como flechas,
aullidos de ratas cercadas por las brasas.
Fue uno de los mejores sueños de mi vida. Por su
cumplimiento estoy dispuesto a cualquier sacrificio.
Hildebrandt en sus trece, Lima, viernes 29 de noviembre del 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario