Juan
17.20-21
“Mas
no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mi por
la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en
ti, para que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú
me enviaste.”
¿Te
acuerdas de los discípulos de Jesús? Seguro que sí, por lo menos de la mayoría.
¿Te acuerdas de sus profesiones? Es decir, que hacían al momento de que Jesús
los llamó a seguirlo. Bueno, teníamos entre ellos a pescadores, publicanos,
guerrilleros; y entre su forma de ser teníamos algunos iracundos, obstinados,
santurrones (a veces); en fin, cada uno tenía su forma de ser (como nosotros).
La pregunta es, ¿cómo es que llegaron a permanecer juntos al final de todo si
eran tan diferentes? “Cuando llego el día de Pentecostés, estaban todos
unánimes juntos” (Hechos 2.1). ¿Cómo es que personas tan distintas en cuanto a
su carácter y personalidad pudieron estar orando con el mismo sentir de una
forma tan intensa que el poder de Dios descendió sobre ellos?
Cuando
entramos a algún lugar tratamos de involucrarnos con el grupo al que
consideramos puedan tener gustos similares a los nuestros, y así descubres que
hay otros que se asocian de igual forma a los suyos. Posiblemente en tu
congregación conozcas personas con pensamientos distintos a los tuyos, con
necesidades distintas, gustos diferentes en cuanto a música, ropa, pasatiempos,
hasta en la comida; y a veces hasta podrías sentir que no estás en el lugar
adecuado. Posiblemente no, pero te animo a pensar antes en algo: ¿Has intentado
buscar algo en común con ellos? Y no me refiero a alguna de las cosas
mencionadas, sino a lo más importante: Cristo. Si te das cuenta de ello, Él
hace que todas esas diferencias sean secundarias e insignificantes.
Es
la razón por la que Jesucristo oró la última noche que estuvo con sus amigos pidiendo
a Su Padre que todos ellos (recontra distintos) puedan ser UNO; que lleguen a
tener un mismo corazón, un mismo sentir, una misma misión, unidos como un
cuerpo… ¿lo fueron? “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y
un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían
todas las cosas en común” (Hechos 4.32). ¡Sí! Supongo que aún seguían siendo
distintos en su personalidad (algunos buscaban esperar, otros ya inmediatamente
a salir) pero lo que si estoy seguro es que tenían la convicción de que debían
permanecer juntos no solo físicamente sino con todo su espíritu, y lo hacían a
través de la obediencia a Su Señor. Motiva la actitud de la Iglesia de los
Hechos porque ponían todo en común y si no tenían propiedades o recursos, daban
lo que podían dar: su tiempo y apoyo entre ellos "Y considerémonos unos a
otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de
congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto
más, cuanto veis que aquel día se acerca." (Hebreos 10.24-25). No dejes
que tu personalidad ni tu apatía por socializar hagan que te aísles de tus
hermanos. Conocerlos es una bendición para sus vidas y definitivamente para la
tuya. Encuentra lo que te une a ellos: Cristo. #DanielJ #Adhulam
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