jueves, 10 de mayo de 2012

C.S Lewis nos hace pensar


EXTRAÍDO DEL LIBRO "EL PROBLEMA DEL DOLOR" 


Las inexorables "leyes de la naturaleza" que operan a despecho del sufrimiento humano
o de la desolación, que no son eliminadas por la oración, parecen proporcionar a primera
Vista un fuerte argumento contra la bondad y poder de Dios. Voy a proponer que ni siquiera la Omnipotencia podría crear una sociedad de almas libres sin, al mismo tiempo, crear una naturaleza relativamente independiente e "inexorable".

La sociedad, entonces, implica un espacio común o "mundo", dentro del cual sus miembros se conocen. Si existe una sociedad angélica, como generalmente han creído los cristianos, los ángeles también deben tener ese mundo o espacio, algo que es para ellos lo que la "materia" (en sentido moderno, no escolástico) es para nosotros.

Podemos, a lo mejor, imaginarnos un mundo en que Dios a cada instante corrigiera los
Resultados de este abuso de libre albedrío por parte de sus creaturas, de manera que una viga de madera se volviera suave como el pasto al ser usada como arma, y que el aire rehusara obedecerme si yo intentara propagar ondas sonoras portadoras de mentiras o insultos. Pero, en un mundo así, las acciones erróneas serían imposibles y, por lo tanto, la libertad de la voluntad sería nula. Aún más, si el principio se llevara a su conclusión lógica, los malos pensamientos serían imposibles, porque la materia cerebral que usamos al pensar, se negaría a cumplir su función al intentar nosotros dar forma a esos pensamientos. Toda materia cercana a un hombre malvado estaría expuesta a sufrir alteraciones impredecibles. Que Dios puede modificar el comportamiento de la materia —y de hecho en  ocasiones lo hace— y producir aquello que llamamos milagro, es parte de la fe cristiana; pero, la concepción misma de un mundo común y, por lo tanto, estable, exige que tales ocasiones sean extremadamente excepcionales. En un juego de ajedrez se pueden hacer ciertas concesiones arbitrarias al adversario, que son respecto a las reglas comunes del juego, lo que los milagros respecto a las leyes de la naturaleza. Uno se puede despojar de una torre, o permitirle al otro que a veces corrija una jugada hecha en forma descuidada; pero, si uno permitiera que el otro en todo momento hiciera lo que le viniera en gana, si todas las jugadas de éste fueran anulables y las piezas de uno desaparecieran cada vez que su posición en el tablero no fuera del gusto del adversario, no podría haber juego alguno. Lo mismo ocurre con las almas: leyes fijas, consecuencias que se revelan por necesidad causal, todo el orden natural, son los límites dentro de los cuales se enmarca su vida en común y, al mismo tiempo, la única condición bajo la cual esa vida es posible. Trate de excluir la posibilidad de sufrimiento que el orden de la naturaleza y la existencia de voluntades libres implican, y encontrará que ha excluido la vida misma.



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