La conspiración del papel higiénico
En los últimos días hemos presenciado cómo Venezuela enfrenta una severa escasez de productos básicos. Así, por lo menos hasta ayer, cuando la oposición denunció un aparente enorme caso de corrupción, la noticia más sonada sobre el país llanero era que no le alcanza el papel higiénico.
El presidente venezolano reaccionó, como acostumbra, denunciando una conspiración: acusó a la oposición de originar una sobredemanda de papel higiénico y a los empresarios de no producir para sembrar pánico en el pueblo.
Sus explicaciones, para variar, lindan con lo cómico. Sería interesante que explique, por ejemplo, cómo la oposición desaparece el papel higiénico de las góndolas de todos los supermercados. O cómo logra que lo mismo suceda con el pollo, la harina, la leche, el arroz o los desodorantes.
Pero sería aun más interesante que el señor Maduro explique cómo a alguien le podría interesar producir cualquier bien en medio del desastre económico que ha generado el chavismo.
Démosle una mirada a las verdaderas razones que explican por qué cada vez se reducen más las inversiones y la producción en el país del señor Maduro. De acuerdo al Global Competitiveness Report, el factor más problemático al momento de hacer negocios en Venezuela son las regulaciones de moneda extranjera. Desde el 2003, el gobierno impone a las empresas –a su discreción– un tope para adquirir moneda extranjera, lo que dificulta la importación y exportación de bienes, así como el proceso de repatriación de dividendos. Y, de hecho, es incluso difícil efectuar la compra de dólares que sí es autorizada. Según una encuesta realizada el año pasado por la Confederación Venezolana de Industriales, hacerlo demora entre 121 y 180 días.
Otro problema es la inflación, la cual, durante el 2011, llegó a ser la más alta del mundo. Tal inestabilidad de precios dificulta mucho hacer cualquier tipo de negocio, pues diluye el valor de las ganancias y hace muy difícil planear cuál será el real costo del proceso productivo.
Por supuesto, ahí no acaban los obstáculos que el gobierno pone a la inversión. Otro de ellos es la dificultad para acceder al crédito. De acuerdo al Global Competitiveness Report, mientras que nuestro país ocupa el puesto 26 en facilidad de acceso a préstamos, Venezuela ocupa el puesto 92. Esto se explica en buena parte porque el gobierno venezolano establece tasas máximas de interés para los préstamos, tasas que –considerando la inflación venezolana– llegan incluso a ser, en términos reales, negativas. Y, como si eso fuera poco, el gobierno regula a qué sectores deben destinarse los préstamos, limitando la libertad de las entidades financieras de decidir cuál es el mejor destino para colocar su dinero.
Las dificultades no terminan allí. Cualquier inversionista que decida poner un negocio en Venezuela tendrá otro dolor de cabeza: el control de precios en 19 sectores, que impide a los empresarios cobrar una suma que justifique su inversión.
Ahora bien, tampoco podemos obviar lo que significa competir con el privilegiado sector público. Y decimos privilegiado porque las empresas de propiedad del Estado tienen prerrogativas especiales, como facilidades para obtener dólares o como contar con un régimen aduanero y tributario más favorable que el del sector privado.
Encima de eso, nadie sabe quién saldrá expropiado. Según Conindustria, desde 1998 el gobierno venezolano ha expropiado 1.170 negocios de sectores tan variopintos como el agrícola, construcción, eléctrico, financiero, petrolero, inmobiliario y comunicaciones. E, irónicamente, el negocio del papel higiénico, del que hoy se encarga en 50% una empresa estatal.
A lo arriba mencionado hay que sumarle que Venezuela, de acuerdo al Doing Business, ocupa, de una lista de 185 países, el puesto 152 en facilidad para abrir un negocio y el 185 en facilidad para el pago de impuestos. Y, según el Global Competitiveness Report, de un índice de 144 países, ocupa el lugar 143 en carga de regulación gubernamental y el 144 en independencia judicial.
A pesar de todo esto, el chavismo ha anunciado que la revolución no se detendrá. Y, por un tiempo, quizá no lo haga, aunque va a tener que ingeniársela para seguir revolucionando sin papel higiénico.
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