La tentación del fracaso (1992-1995), el diario personal de Julio Ramón Ribeyro, apareció inicialmente en tres volúmenes, los cuales fueron editados por Jaime Campodónico Editor. Luego se publicó en un solo tomo, en esta ocasión a cargo de Seix Barral. Comprende de 1950 a 1978.
Escrito sin la intención de ser publicado, Ribeyro decidió sacarlo a luz luego de una conversación en su departamento de París con Guillermo Niño de Guzmán, narrador y coeditor con Jaime Campodónico de la colección El Sol Blanco, de Lima. «Confío en que mis editores irán publicando los otros volúmenes, que en su momento llegaran a ser unos 15; y si vivo un poco más, pueden ser unos 20», declaró el autor en la presentación del primer volumen, julio de 1992.
Ribeyro comentó, además, que no le gustaría que una viuda literaria se encargara de editar el resto del diario. Por eso, cuidó la edición de los dos primeros volúmenes, que ofrecen decenas de fotografías de su archivo personal. El tercer tomo, que contaba con la autorización del autor, apareció póstumamente en 1996.
Por desgracia, los primeros cuadernos, los que comprenden la segunda mitad de la década de 1940, y algunas hojas sueltas de años posteriores, se perdieron en los diversos viajes del escritor. En una de mis visitas a su departamento de Barranco, observé al narrador editar los textos de su diario personal. «No quiero enemistarme con algunos parientes o amigos», me confesó.
Hoy Alida Cordero, viuda de Ribeyro, conserva el diario completo, con sus cientos de páginas inéditas. Nos preguntamos si se animará a completar finalmente la publicación de La tentación del fracaso, pues la portada de Seix Barral no consigna nada al respecto. Ojalá la estupenda recepción en España la aliente a sacar a luz el resto de la obra.
«El diario íntimo es un género ausente del marco literario peruano e hispanoamericano», anotaba Ribeyro en un artículo de 1974. En dicho texto —titulado «Dos diaristas peruanos», incluido en el libro La caza sutil (1976)— señala Ribeyro como primeros autores de diarios en el Perú a José García Calderón y a Alberto Jochamowitz, la importancia que otorga a estos textos no es por su valor literario sino porque fueron los primeros que se escribieron en el Perú.
El interés de Ribeyro por los diarios íntimos —además del artículo mencionado existe otro: «En torno a los diarios íntimos» (1953) y que también integra La caza sutil— se encuentra también en su obra cuentística: en el relato «Página de un diario» (escrito en Lima, 1952), se refiere —implícitamente— al velatorio de su padre y en el cuento «Demetrio» (escrito en París, 1953) de corte fantástico, nos presenta la historia de un sujeto que había dejado escrito en su diario íntimo los hechos que realizaría, hechos que —luego de muerto— cumple.
¿Qué encontramos en el diario íntimo de Julio Ramón Ribeyro? Testimonio y reflexiones acerca de la vida, el amor, la literatura, de un excelente narrador.
La primera sección se divide según las ciudades donde el autor se alojó o residió: Lima, París, Madrid, Múnich, Amberes, Berlín, Hamburgo, Fráncfort, Huamanga. Desde 1960 se distribuye por años.
El libro se abre cuando Ribeyro era estudiante de Derecho en la Universidad Católica. Entonces fue arrastrado por la bohemia, frecuentaba bares y prostíbulos. Pese a obtener brillantes calificaciones prefería leer y escribir literatura (lo mismo sentirían Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce), prefería compartir la bohemia con los amantes de las letras (anécdotas trasladadas a su segunda novela: Los geniecillos dominicales, 1965). «¿Cuándo me corregiré? —anota Ribeyro el 23 de julio de 1952—. Ayer no vine a dormir a mi casa. Pasé toda la noche con Paco Bendezú y Tulio Carrasco. Estuvimos en el Negro Negro, luego recorriendo los bulines. Terminamos tomando desayuno en La Parada y alquilando un cuarto de hotel en el Mercado Mayorista para dormir la borrachera».
Cuando viaja a Europa su situación cambia radicalmente. Como le ocurre a la mayoría de nuestros jóvenes que estudian en el extranjero, al acabarse las becas, deben buscar cualquier tipo de trabajo para sobrevivir. En París, su condición social descendió: pasó de ser un miembro de clase media limeña a un proletario inmigrante. En la Ciudad Luz conoció —como Vallejo— la soledad, el desamparo y la miseria, Ribeyro tuvo que ser conserje de hotel (1953), cargador de bultos en una estación de tren y recogedor de periódicos viejos (ambos oficios en 1956). «Haber estudiado —escribe Ribeyro el 7 de octubre de 1956— doce años de colegio, siete de universidad en Lima, uno en la Sorbona, uno en Múnich, 21 años de lecturas para terminar haciendo el trabajo de un cargador analfabeto».
El diario nos informa también en qué circunstancias fueron compuestas sus primeras obras. Pese a innumerables adversidades, Ribeyro escribía con ardor, justificando su existencia, su presencia en Europa. Cuando componía Los gallinazos sin plumas (1955), su primer libro de cuentos, escribe el 2 de diciembre de 1954: «Emocional y racionalmente me aproximo cada vez más al marxismo». Esta pista nos lleva a entender su elección —de sus primeros relatos— por «las clases económicamente débiles», por «ambientes deliberadamente sórdidos» de Lima.
Crónica de San Gabriel (1960), su primera novela, en cambio, fue motivada por una opinión de su amigo, el poeta y crítico Alberto Escobar, quien le dijo que tenía más aptitudes para la crítica que para la creación. Herido profundamente, Ribeyro escribió este libro con gran pasión, encerrado días enteros, con una temperatura que alcanzaba 31 grados bajo cero. Mientras redactaba esta obra, reflexiona sobre ella el 12 de febrero de 1956: «¿Es una novela de aventuras?, ¿de costumbres?, ¿de caracteres?, ¿de amor? No es nada de eso y es todo a la vez».
Exhibe su dificultad para concretar ciertos proyectos: «Tentativas vanas hoy por reanudar mi autobiografía. Escribí cuatro páginas, pero luego noté que eran inútiles, carecían de todo interés, banalidades. No veo la razón de continuar este libro», dice el 28 de mayo de 1977. «Escritor discreto, tímido, laborioso, honesto, ejemplar, marginal, intimista, pulcro, lúcido: he allí algunos calificativos que me ha dado la crítica. Nadie nunca me ha llamado gran escritor. Porque seguramente no soy un gran escritor», escribe con ironía el 14 de noviembre de 1976.
Reflexionando sobre la escasa acogida de su obra en Europa, dice que a esta le faltó el exotismo que llama la atención de los occidentales: regiones tropicales, aventuras en la selva, desastres naturales, etcétera. Es una literatura distinta a la del mexicano Juan Rulfo y a la del colombiano Gabriel García Márquez. «Mi temperamento antiépico me impide la descripción de los grandes acontecimientos históricos y sociales o la presentación de personajes colectivos (comarca, pueblo, país)», dice Ribeyro el 13 de enero de 1976.
Algunos de los hechos que le ocurren a Ribeyro —descubrimos— serían plasmados en sus cuentos, claro que con toques de ficción: como el protagonista de «Al pie del acantilado» era echado de un lugar a otro por no pagar el alquiler; como el protagonista de «La estación del diablo amarillo» trabajó en una estación de tren de París como cargador de bultos; como Mario —protagonista de «Ausente por tiempo indefinido»— huye a Chosica para terminar de escribir su novela deseada.
Siempre se reprochó a Ribeyro su reserva natural, el ser huidizo a las entrevistas. Sin embargo, en este diario, encontramos a un autor impúdico que incluso nos confiesa sus grandes amores. Una joven peruana, Ribeyro solo revela su inicial: C. [su nombre real es Caty Herrera], le lleva a los extremos del amor: celos enfermizos y placer pleno. Mimí, una belga diez años menor que él y a quien dedicó su primera novela, Crónica de San Gabriel, le motiva a escribir el 30 de noviembre de 1960: «Venga lo que venga, después de esta experiencia, no podré renegar de la vida». Pero su relación amorosa con ella se frustra; en consecuencia, continúa su vida desordenada, bohemia y despilfarradora: «borracheras ya costadas con mujeres extrañas», anota el 14 de julio de 1961.
Su matrimonio en 1966 con Alida Cordero lo vuelve más doméstico, sedentario y hogareño. El nacimiento de su único hijo, Julio Ramón (llamado en el libro Julito), le permite aproximarse al universo infantil, hecho que expresaría con mayor nitidez en Prosas apátridas (1975, 1978 y 1986), conjunto de textos reflexivos. Parece que por pudor Ribeyro ha omitido señalar mucho acerca de su relación con su esposa. No está claro, por ejemplo, por qué Alida se separa constantemente de él, viaja al Perú, a España, a Italia y a Egipto (al respecto hay que hacer una salvedad: Alida, peruana que estudió Psicología en la Sorbona, se dedica a vender cuadros). Se ignora, asimismo, en qué circunstancias se conocieron y no registra muestra alguna de sufrimiento por ella, como sí lo exhibe por C. o por Mimí.
Sin embargo de este recato, revela que consumió marihuana en algunas oportunidades y expone su machismo: «He tenido amigas solo de ocasión, salvo dos o tres, también ausentes. La verdad es que la frecuentación de los hombres ha sido para mí siempre más interesante que la de las mujeres, a las que la mayor parte de las veces las he utilizado, reaccionaria y machísimamente, como fuente de placer».
Después de intentar infructuosamente ser profesor en San Marcos y gracias a una beca, concedida por el gobierno francés, Ribeyro vuelve a París en 1960, tras una estadía de dos años en Lima. Por mediación de los narradores y compatriotas de él Luis Loayza y Vargas Llosa, en 1961, se incorpora al equipo de redactores de la agencia de noticias France-Presse (AFP). Trabajo fatigante, diario, pero decorosamente pagado y que es descrito en el cuento «Las cosas andan mal, Carmelo Rosa» (escrito en París, en 1971). Al recordar, el 19 de marzo de 1973, su trabajo en AFP, dice: «Fue un tiempo de deterioro, subterráneo pero eficaz, que años más tarde me llevaría al hospital».
Los diez años que pasó en la AFP son quizá el periodo más importante: en 1964 publica los libros de cuentos Las botellas y los hombres y Tres historias sublevantes; en 1965 aparece Los geniecillos dominicales después de merecer el Premio Nacional de Novela; en 1966 se casa con la joven peruana Alida Cordero (formalizando una relación iniciada en 1962) y nace su único hijo Julio Ramón, escribe la novela Cambio de guardia (iniciada en 1964, solo será publicada en 1976) y una gran cantidad de cuentos, dramas y textos que formarían Prosas apátridas. Su producción es prolija, tal vez para contrarrestar su trabajo mecánico de periodista.
En 1972, luego de ser nombrado agregado cultural, es designado delegado adjunto ante la Unesco. Sin embargo de esta comodidad económica, en 1973, vive los momentos más críticos de su vida: fue dos veces operado por una úlcera al estómago, producto de su consumo industrial del tabaco.
Este episodio es recordado en el cuento «Solo para fumadores» (publicado en 1987): «Me desperté siete horas más tarde cortado como una res y cosido como una muñeca de trapo. Tubos, sondas y agujas me salían por todos los orificios del cuerpo. Me habían sacado parte del duodeno, casi todo el estómago y buena parte del esófago». En su diario, Ribeyro llama al cáncer «cangrejo». El 22 de mayo de 1975 anota: «El ‘cangrejo’ últimamente se ha avivado y desde hace algunos días da verdaderos saltos de pantera. Noches insoportables y en las mañanas esfuerzos inhumanos para levantarme. Y a pesar de ello persisto en no ver a mi médico». Ribeyro repetía que le resultaba imposible escribir si no fumaba. De manera que murió en su ley en 1994: escribiendo y con tabaco.
Más optimista, en Dichos de Luder, escribe: «La única manera de vivir muchos años es estando siempre un poco enfermo. La muerte es un usurero que prefiere cargar primero con la buena moneda» (texto 79).
Por otro lado, son lamentables las largas interrupciones del diario y la brevedad de algunos años, sobre todo de 1971. Las referencias a los acontecimientos históricos son muy breves. No profundiza, para citar casos, sobre la Revolución cubana (iniciada en 1959), la Guerra de Vietnam (1958-1975), la rebelión estudiantil de mayo de 1968, la derrota de la guerrilla de 1965 o los golpes de Estado de Juan Velasco Alvarado en el Perú (1968) y de Augusto Pinochet en Chile (1973).
Luego de vacacionar en una playa italiana, apunta el 8 de agosto de 1974: «Pasé las notas tomadas en Porto Ercole. Me examiné. Tomé conciencia de cómo me voy alejando de la comunidad, de la actualidad, para confinarme cada vez más, al menos en estas páginas, al inventario de mi propio transcurrir, sus vaivenes, albores y desastres. En el Perú, en el mundo suceden cosas de las cuales tomo normalmente nota, pero sin ánimo de convertir aquello en un tema de meditación o en un motivo de acción». En esta etapa, sus viajes se vuelven esporádicos: de vez en cuando se traslada a las playas italianas de Capri y a las españolas de Carboneras; regresa al Perú para promocionar, aunque tímidamente, sus libros y visitar tanto a sus familiares como a sus amigos.
El 9 de diciembre de 1975, meses después de la caída del régimen del general Juan Velasco Alvarado, el cuentista dice que debió haber renunciado a su cargo de diplomático en la Unesco. Esa función, según declara dos años después, le recorta la libertad de opinión. «Si quiero dejar el puesto es para recobrar la libertad de decir y escribir lo que quiera», anota el 21 de abril de 1977. No obstante, ese puesto le ofrece la posibilidad de comprar libros, ir de vacaciones y mantener con decoro a su familia. Realidad de un intelectual en un país subdesarrollado.
Su amistad con Mario Vargas Llosa es inestable: Después de pasar del elogio más entusiasta de La ciudad y los perros (1963), cuando Vargas Llosa fue a almorzar a su departamento en 1971, anota: «En Vargas Llosa hay una afabilidad, una cordialidad fría, que establece de inmediato (siempre ha sido así, me doy cuenta cada vez más) una distancia entre él y sus interlocutores. Noté esta vez, además, una tendencia a imponer su voz, a escuchar menos que antes y a interrumpir fácilmente el desarrollo de una conversación que podría ir lejos. [...] Vargas Llosa da la impresión de no dudar de sus opiniones. Todo lo que dice para él es evidente. Él posee o cree poseer la verdad».
Alfredo Bryce Echenique, es citado como el anterior frecuentemente. A veces con el autor de Un mundo para Julius (1970) se emborracha ferozmente. Acerca de un almuerzo con él y con Vargas Llosa escribió el 24 de octubre de 1978: «Reunión amena, cordial, prueba de que aparte de algunas discrepancias políticas no existen entre Mario, Alfredo y yo rencillas, envidias ni contenciosos que puedan mellar nuestra vieja amistad».
Del poeta Pablo Guevara dice: «Nuestro pequeño genio domiciliario», del historiador Pablo Macera revela su racismo, del novelista Manuel Scorza señala su apetito de fama y celebridad, del cuentista Luis Loayza apunta que tenía con él conversaciones interminables, del político Víctor Raúl Haya de la Torre escribe el 16 de noviembre de 1956: «Cierta presunción aristocrática y un racismo subconsciente. En general, parece políticamente liquidado».
En otro momento, confiesa sus experiencias con la marihuana. El 21 de agosto de 1974, expone su reprobable machismo: «La frecuentación de los hombres ha sido para mí siempre más interesante que la de las mujeres, a las que la mayor parte de las veces he utilizado, reaccionaria y machísimamente, como fuente de placer.»
El título general del diario obedece a la seducción constante que Ribeyro ha sentido por el fracaso, como que el fracaso le ha tendido el anzuelo y él, pese a diversos problemas, no ha picado. Su férrea voluntad ha hecho, finalmente, que sea uno de los más importantes narradores de América Latina. Además, es un homenaje al francés Gustave Flaubert, uno de sus maestros literarios y autor de la novela La tentación de San Antonio (1874). Ambos compartían un espíritu similar: eran individualistas y escépticos; se alejaban de los acontecimientos sociales quizá porque padecían de enfermedades —Flaubert era epiléptico y Ribeyro fue operado de cáncer en 1973 debido a su consumo industrial de tabaco— que los obligaban a preocuparse de sus problemas personales y no de lo que ocurría a su alrededor.
Releyendo su diario, Ribeyro consideraba —el 8 de enero de 1960— que este, «de aquí a algunos años, será probablemente la más importante» de sus obras. Esta afirmación, dada 32 años antes, será confirmada —creemos— cuando se completen los volúmenes posteriores.
Obra excepcional y fundadora en nuestro medio, caja de sorpresas, libro que es fuente de regocijo, tesoro de experiencias, guía de conducta, consuelo para los desdichados y arma para los impacientes. Eso es, como aspirara en la prosa apátrida 149, su diario: una obra maestra.
Tomado de: http://jcoaguila.blogspot.com