sábado, 13 de julio de 2013

Si fuimos liberados del pecado y hemos muerto al pecado, ¿cómo el pecado tiene posibilidades de reinar en nosotros, porque el texto dice: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal”?

No cabe duda que hay muchos cristianos que son gobernados por sus pecados, es decir, el pecado reina sobre ellos o es su dueño. Ellos han recibido a Cristo, se han bautizado y pertenecen a la Iglesia pero no pueden librarse de sus malos deseos, a los cuales Pablo llama concupiscencias que en griego es episumía, y significa “deseo, anhelo, codicia, lascivia, pasión”. Y sufren por esto. No se explican porque, si creyeron en Cristo, se han bautizado, leen su Biblia diariamente, oran e interceden por otros, la tentación parece vencerles siempre. Para ellos el apóstol comienza desde aquí en adelante a desarrollar las claves para una vida cristiana victoriosa. Empieza con el enunciado señalando tres grandes principios:

(1) No dar lugar. La palabra presentar también se traduce por “mostrar, ofrecer, dedicar, probar”. “Ni tampoco se expongan u ofrezcan sus miembros al pecado”. Para que el cristiano no sea gobernado por esos deseos y por el mismo pecado, debe  alejarse de la tentación y no darle espacio para que crezca. Pablo mismo habla de eso en Romanos 13.14: “Vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”, y en Gálatas 6.8: “Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna”.

(2) Consagrarse a Dios. “Ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros como instrumentos (o armas) de justicia” (Romanos 6.13). “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Romanos 12.1).


(3) Depender de la gracia de Dios. “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros, pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Romanos 6.14). Si dependemos de nuestras fuerzas o si pedimos fuerzas a Dios para vencer la tentación, si luchamos para no caer, si nos esforzamos por salir adelante, volveremos a caer una y otra vez. ¿Por qué? Porque estaremos haciendo exactamente lo mismo que aquellos que vivían bajo la ley. Ellos creían que todo dependía de ellos; todas sus victorias eran debido a su religiosidad, a su esfuerzo, de lo que hacían. Porque la ley dice: “Todo aquel que hace estas cosas, vivirá por ellas”…entonces, ellos las hacían. Pero con la gracia es diferente. Entramos en la gracia cuando dejamos de confiar en nosotros mismos y confiamos en Jesucristo, cuando reconocemos que solo Dios nos puede librar de la tentación y en lugar de luchar oramos: “Padre nuestro que estás en el cielo…no nos metas en tentación, mas líbranos del mal”. Vivir en la gracia es depender de Dios, descansar en Dios, confiar en Dios, y donde está Dios no puede de ninguna manera gobernar el pecado. “El pecado no se enseñoreará de vosotros” (Romanos 6.14). Estar bajo la ley significa, estar bajo su demanda de entera obediencia y bajo su maldición por transgredirla. Todo el poder para obedecer la ley puede llegar al pecador solamente por la gracia. Por lo tanto, el estar bajo la ley equivale a estar limitados por la incapacidad de guardarla, y consiguientemente, terminar siendo esclavos del pecado. De otro lado, estar bajo la gracia significa estar bajo la justificación de Dios mediante la obra redentora de Jesucristo. La maldición de la ley nos ha sido levantada completamente y ya somos hechos justos para Dios en Él y estamos vivos a Dios por Jesucristo. Así que, como cuando estábamos bajo la ley era imposible que el pecado no se enseñorease de nosotros, pero ahora que estamos bajo la gracia, es imposible que el pecado no sea vencido por nosotros. Recuerda que la fortaleza de un edificio depende de su fundamento. Todos los discípulos de Cristo tenemos un buen fundamento para la obediencia a la Palabra: la gracia de Dios.

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