El
apóstol Pablo escogió cuidadosamente las palabras para definir una idea o un
concepto teológico. Por ejemplo dice “mostrando la obra de la ley escrita en
sus corazones”, no dice “mostrando la ley” sino “la obra de la ley”. Cada
hombre viene al mundo con la obra de la ley, es decir, con un patrón de
conducta que le indica lo que está bien y lo que está mal, que es muy diferente
a la conciencia, porque añade “dando testimonio su conciencia”.
En otras palabras: la conciencia da testimonio
de la existencia de la obra de la ley en cada persona, “acusándolos o defendiéndolos
sus razonamientos”. Es decir que, la ley y la conciencia dialogan mutuamente.
Por un lado la ley que señala una cosa, por otro la conciencia sensibiliza la
distinción entre el bien y el mal. Es decir, la conciencia transforma el
conocimiento en sentimiento. De aquí surgen los “sentimientos de culpa” que
genera la conciencia, cuando la persona no hizo lo que demandaba la obra de la
ley. Cuando se silencia la voz de la conciencia reiteradamente, esta se
cauteriza y uno no siente absolutamente nada, ni cuando mata, roba, viola,
engaña, defrauda, adora imágenes, insulta a Dios, quebranta las leyes, etc.,
porque la conciencia fue desactivada o cauterizada (1 Timoteo 4.1-3). Sin
embargo, allí aun permanece la obra de la ley en su interior que sigue enviando
información. Esto explica la “conciencia moral” en las culturas ateas, porque,
¿quién les enseña el valor del altruismo, la lealtad, el amor al prójimo, la
obediencia, la honestidad y otros aspectos éticos? ¿De dónde viene ese
conocimiento universal del bien y del mal? No hay duda que proviene de las
obras de la ley escritas por Dios en la genética humana. Sobre esta base Dios
juzgará “por Jesucristo los secretos de los hombres”. Esos secretos están
almacenados como almacena la “caja negra” de los aviones todos los detalles del
vuelo y cada palabra que se dijo antes del siniestro. Y aunque el avión se
incendie y explote en el aire, los investigadores saben que esa caja resistirá
y seguirá guardando la información. De igual modo, la “caja” que tenemos todos,
que se llama la “obra de la ley” no se puede borrar ni eliminar, la llevaremos
con nosotros aun cuando nuestros restos sean quemados y nuestras cenizas
arrojadas al viento. En el día del juicio Dios sacará el back up y revelará
todos nuestros secretos, y nadie podrá argumentar o presentar excusas, porque
todos oiremos nuestro diálogo interior cuando estábamos tomando nuestras
decisiones.
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