No cabe duda
que hay muchos cristianos que son gobernados por sus pecados, es decir, el
pecado reina sobre ellos o es su dueño. Ellos han recibido a Cristo, se han
bautizado y pertenecen a la Iglesia pero no pueden librarse de sus malos
deseos, a los cuales Pablo llama concupiscencias que en griego es episumía, y
significa “deseo, anhelo, codicia, lascivia, pasión”. Y sufren por esto. No se
explican porque, si creyeron en Cristo, se han bautizado, leen su Biblia
diariamente, oran e interceden por otros, la tentación parece vencerles
siempre. Para ellos el apóstol comienza desde aquí en adelante a desarrollar
las claves para una vida cristiana victoriosa. Empieza con el enunciado
señalando tres grandes principios:
(1) No dar
lugar. La palabra
presentar también se traduce por “mostrar, ofrecer, dedicar, probar”. “Ni
tampoco se expongan u ofrezcan sus miembros al pecado”. Para que el cristiano
no sea gobernado por esos deseos y por el mismo pecado, debe alejarse de la tentación y no darle espacio
para que crezca. Pablo mismo habla de eso en Romanos 13.14: “Vestíos del Señor
Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”, y en Gálatas 6.8:
“Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que
siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna”.
(2)
Consagrarse a Dios. “Ni
tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad
sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y
vuestros miembros como instrumentos (o armas) de justicia” (Romanos 6.13). “Así
que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros
cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto
racional” (Romanos 12.1).
(3) Depender de la gracia de Dios. “Porque
el pecado no se enseñoreará de vosotros, pues no estáis bajo la ley, sino bajo
la gracia” (Romanos 6.14). Si dependemos de nuestras fuerzas o si pedimos
fuerzas a Dios para vencer la tentación, si luchamos para no caer, si nos
esforzamos por salir adelante, volveremos a caer una y otra vez. ¿Por qué?
Porque estaremos haciendo exactamente lo mismo que aquellos que vivían bajo la
ley. Ellos creían que todo dependía de ellos; todas sus victorias eran debido a
su religiosidad, a su esfuerzo, de lo que hacían. Porque la ley dice: “Todo
aquel que hace estas cosas, vivirá por ellas”…entonces, ellos las hacían. Pero
con la gracia es diferente. Entramos en la gracia cuando dejamos de confiar en
nosotros mismos y confiamos en Jesucristo, cuando reconocemos que solo Dios nos
puede librar de la tentación y en lugar de luchar oramos: “Padre nuestro que
estás en el cielo…no nos metas en tentación, mas líbranos del mal”. Vivir en la
gracia es depender de Dios, descansar en Dios, confiar en Dios, y donde está
Dios no puede de ninguna manera gobernar el pecado. “El pecado no se
enseñoreará de vosotros” (Romanos 6.14). Estar bajo la ley significa, estar
bajo su demanda de entera obediencia y bajo su maldición por transgredirla.
Todo el poder para obedecer la ley puede llegar al pecador solamente por la
gracia. Por lo tanto, el estar bajo la ley equivale a estar limitados por la
incapacidad de guardarla, y consiguientemente, terminar siendo esclavos del
pecado. De otro lado, estar bajo la gracia significa estar bajo la justificación
de Dios mediante la obra redentora de Jesucristo. La maldición de la ley nos ha
sido levantada completamente y ya somos hechos justos para Dios en Él y estamos
vivos a Dios por Jesucristo. Así que, como cuando estábamos bajo la ley era
imposible que el pecado no se enseñorease de nosotros, pero ahora que estamos
bajo la gracia, es imposible que el pecado no sea vencido por nosotros.
Recuerda que la fortaleza de un edificio depende de su fundamento. Todos los
discípulos de Cristo tenemos un buen fundamento para la obediencia a la
Palabra: la gracia de Dios.