Mario Vargas Llosa es considerado por muchas personas (no me incluyo) como uno de los mejores o el mejor escritor del Perú. Sin embargo, creo que Julio Ramón Ribeyro, con su prosa irónica, sarcástica y muchas veces nostálgica, y el buen abuelo Ricardo Palma (que casi se nos ahoga cuando era un muchachito) con sus Tradiciones Peruanas que evocan historias populares de la Lima de antaño de una forma socarrona y hermosamente trabajada, tienen más derecho a ocupar esa posición que el mismo Vargas Llosa,
Muchas de las novelas de Vargas Llosa están plagadas de
mucho erotismo que personalmente no me agrada. He leído Los Cachorros y La
Ciudad y los perros hace ya mucho tiempo, y además dos libros que salen de las
historias que suele escribir: El Hablador (donde se exploran temas como la
identidad cultural, la relación entre la modernidad y las tradiciones
indígenas, y el poder de la narrativa oral). Y Como Pez en el Agua un libro
semi biográfico en donde el buen Mario llora sus miserias al haber perdido la
elección de 1990 contra el chinito “buena gente” que nadie conocía, Alberto
Fujimori, y en ese libro hace un mea culpa a su estilo y de paso, le echa barro
con ventilador a muchas personas por la debacle que él mismo ocasionó debido a
su inexperiencia y otros factores.
La Ciudad y los Perros es un libro en donde se narra la
vida en un colegio militar allá por los años 50. Fue aclamada por muchos, tal
es así que Francisco Lombardi le hace una película que no retrata a cabalidad
lo que fue el libro (una película nunca puede plasmar todo el contenido de un
libro, por eso no sean flojos y lean libros). Siempre me pregunté: ¿cuánto de
verdad y de mentira hay en el libro de Vargas Llosa? Sabiendo que él fue
estudiante de un colegio militar y que lógicamente uno pensaría que el libro
narraba sus vivencias durante su tiempo en el colegio.
Cuál sería mi sorpresa, pues algunos años después de
plantearme esta pregunta, paseando por la librería Crisol (de la que soy un
confeso adicto), me encontré con el libro El Cadete Vargas Llosa de Sergio
Vilela Galván, que sirve como el backstage de La Ciudad y Los Perros, en donde
el autor nos lleva a los eventos detrás del telón del libro y que es real y que
no en el libro. Así como devela las identidades de ciertos personajes claves.
El autor se tomó el tiempo para poder hacer una exhaustiva
investigación, haciendo todo lo posible y persiguiendo literalmente al buen
Mario hasta París para poder conseguir una entrevista con él. (El que la sigue
la consigue). Además, busco por aire, mar y tierra a los cadetes que
compartieron las aulas con Mario y es en base a esos testimonios que pudo
completar un libro que, pese a ser corto y a veces irse por las ramas (al
grano, por favor), tiene información muy interesante de lo que realmente pasó
durante esos oscuros años adolescentes de Mario.
Mario cuenta que el colegio militar fue para él como un
Perú en miniatura, en donde convergían todas las razas y estratos sociales en
un mismo lugar, incluso muchos venidos de provincias, y todos eran iguales allí
y en donde se les enseñó a ser hombres y a poder enfrentar lo que era la cruda
realidad.
Mario conoció a su padre cuando era un casi adolescente y
esta era una persona muy dictatorial que quería deshacerse de él y enviarlo al
colegio militar para que así se hiciese hombre. A Mario le gustó la idea, pues
de esa forma podía sacudirse de la tutela de su padre y estar tranquilo lejos
de él, lo que él no sabía era acerca de todos los secretos oscuros que
encerraba ese colegio. Y que él lo viviría en carne propia como la costumbre de
los bautizos a los perros.
Cuando leemos el libro nos damos cuenta de que algunos
cadetes como el Jaguar o el Esclavo realmente existieron, pero no en la
dimensión en la que los relata. Por ejemplo, el Jaguar era un alumno
desobediente a quien no le gustaba seguir las reglas, pero no esa figura
imponente que relata el libro, y el Esclavo era una persona muy sumisa de quien
todos se burlaban y que en la vida real no llega a morir. El verdadero Jaguar
falleció en un accidente de tránsito, mientras que el Esclavo vive en Estados
Unidos y prefiere vivir una vida alejada de todo lo que tenga que ver con el
Perú.
Los ex compañeros de Mario lo relatan como un tipo al que
le gustaba estar solo, le gustaba faltar a clases, no hablaba de su vida
personal y siempre se le veía con un libro bajo el brazo y para ello se recluía
en lugares solitarios dentro del colegio o aprovechaba el tiempo para poder
nadar, que era otra de sus pasiones.
Mario no perdía el tiempo y, como buen negociante y
“calichin” de escritor, se “recurseaba” de dos maneras, la primera, vendiendo
poemas de amor a sus compañeros que querían declararse y cobrando con dinero o
algún intercambio (cigarros, por ejemplo); y la segunda, escribiendo novelas
pornográficas (adivinaron, él era “El Poeta” del libro) que vendía entre sus
“calentones” compañeros” (de algún lado tenía que salir todo ese erotismo de
algunas de sus novelas). (Además, en otro de sus libros se le ve como asiduo
cliente de La Casa Verde (luego te explico).
Una de las cosas que más me llamó la atención fue cómo los
exalumnos del Colegio Militar, aun a pesar de las cosas que pueden haber
pasado, luego de tantos años, se siguen reuniendo en encuentros de las
diferentes promociones. Y se sienten orgullosos de haber pertenecido a tal
institución militar y, aunque muchos han seguido caminos diferentes, la mayoría
está muy orgulloso de su institución y, siempre que pueden, acuden cuando esta
los convoca.
El libro, aunque con sus falencias, es un buen material de
consulta sobre la novela y además es corto y creo que un ratón de Biblioteca
podría terminarlo en menos de una semana.
“Larga vida al Colegio Leoncio Prado”.
“Larga vida a los militares que tanto necesitamos en este
Perú”.
(Perdón por estas dos últimas líneas, pero me contagié de
la pasión de los exalumnos del Leoncio Prado).