Ribeyro en sus relatos santacrucinos nos cuenta sus vivencias en un barrio de Miraflores en donde todos eran una gran familia y se conocían unos a otros, eso antes de que desde los años 60 la migración masiva transformara Lima para siempre con las cosas buenas y malas que esta trae consigo, Lima en general muto a ser un lugar más frío e impersonal, porque las urbes avanzan y en el proceso pierden parte de su identidad.
Ayer, caminando por Miraflores, recordaba con
nostalgia a aquel distrito que quedó en el olvido y en el que ahora convergen
personas provenientes de toda Lima con agendas distintas, pero atraídas cuáles
abejas a la miel al mismo lugar.
Empiezo mi recorrido por la calle Bolívar al frente del café temático H-Elarte cuya decoración de su local diseñada en 2D recuerda al famoso video de “Take On Me” de la banda A-ha y que casi siempre tiene cola para entrar, sobre todo los fines de semana. Camino por la calle Tarata recordando lo que aquí aconteció en los 90 y ese horrible mar de sangre, aún hace helar mis huesos, y pienso en mi amigo que está a mi costado y que ese día paseaba en bici solo una hora antes de la explosión. Es algo que nunca se olvidará y peor para aquellos que lo vivieron en carne propia.
Un local en particular cambia mis pensamientos y me
hace recordar que en ese lugar hace muchos años había una librería cristiana en
donde descubriría por primera vez el clásico fanzine Crazyhead y una sonrisa se
forma en mi rostro.
Dejo Tarata y su peso histórico detrás y camino
entre discotecas, restaurantes y hoteles envueltos en un aire de modernidad y
nostalgia. Camino perdido en mis pensamientos hacia la Calle los Pinos, donde
la modernidad se mezcla con tiendas que parecen congeladas en los 80, como si
el tiempo se resistiera a avanzar, al igual que la Calle Porta, que está solo a
unos pasos. Restaurantes accesibles al bolsillo, galerías que vieron mejores
días (incluyendo una tienda de música cristiana a fines de los 90 que duro poco
más de un año), ofertas de imprenta, fotocopiado y otros, e incluso diviso una
conocida discoteca de ambiente (Y pienso si algún incauto habrá entrado allí
alguna vez y terminado como el Teniente Harris)
Dejo la quietud de los Pinos detrás y me sumerjo en
el caos del Parque Kennedy, el epicentro de celebraciones y manifestaciones
(Como la clasificación al mundial 2018). La feria de Pulgas, los dulces limeños
tradicionales, las ferias de libros (donde conocí a Daniel F y al hijo de Don
Ramón). Sigo absorto en mis pensamientos y podría jurar que Mario Poggi, que
rondaba este parque en los 90, me estuviera saludando con su mano alzada, luego
volteo la mirada y me percato gracias a un amigo de un par de mujeres
“cariñosas” sentadas en una banca y recuerdo a mi primo decirme que nunca me
siente allí porque era el “estacionamiento” de los chibolos que esperaban a que
alguna tía con billete se los lleve a “dar un paseo”. (Por algo lo habrá
dicho).
Dejo el tumultuoso parque Kennedy y sus historias detrás y llego al Cine
Pacífico fundado en el año 1958 y que luego de tantos años aún sigue convocando
a gran cantidad de personas que ven en sus instalaciones el recuerdo de una
Lima que ya no existe y cuya oferta en medio del alza de los precios de cines
más modernos aún capta la atención del respetable, no será top, pero tiene un
aire de familiaridad que la modernidad no puede igualar.
Termino de ver mi película y salgo con mis amigos a
buscar alguna oferta gastronómica convincente, me topo con el McDonald's lleno
de muchachos, luego con el emblemático café Haití fundado en 1962 que sufriera
un atentado que nunca se olvidara y que ahora sigue firme atrayendo a su
público que no lo ven solo como un Café sino como a un viejo amigo al que
suelen visitar con nostalgia, paso por el Café Chio La fuente de Soda fundada
en el 1983, luego paso por el que alguna vez fuera el local de Phantom famosa
disco tienda y una de las más modernas de su época cuyo segundo piso era todo
un viaje y que ahora luce desolado. Recuerdo que en el sótano de ese lugar
también había una discoteca de dudosa procedencia.
Paso junto al local de la librería La Familia que
data del año 52 y en donde con mi primo solíamos visitarla en los 90, siendo
una de las primeras en tener en su sótano libros de bandas de rock. Seguimos
avanzando pasando el pasaje donde se reúnen los ajedrecistas a jugar y luego
por la calle de las Pizzas que ha sufrido toda una metamorfosis y ahora es algo
muy distinto de lo que solía ser, entramos al mercado San Martin que es uno de
los tantos mal llamados mercados con ofertas de restaurantes diversos, pero a
precios algo elevados.
En la avenida Ricardo Palma, paso por la histórica
Tiendecita Blanca, que resiste desde 1936, pero también por lo que fuera una
galería que ahora es solo un estacionamiento. Llegamos al restaurante Luren un
clásico de Miraflores con una carta clásica y muy buena como para terminar la
expedición Miraflorina.
Viví en Miraflores poco tiempo cuando era niño,
pero esos recuerdos son fugaces. Desde niño he transitado estas calles con
diversos personajes, algunos de los cuales ya no están y en diversas
circunstancias y no puedo más que ser sobrecogido (casi abrazado cálidamente
por la nostalgia).
Algo me hace sentir que ese Miraflores de antaño
aún respira bajo el asfalto nuevo, pero no alrededor de estos lugares que
recorrí hoy, sino en calles antiguas y más tranquilas que aún guardan ese
ambiente de familiaridad que pareciera haber sido sepultado por la modernidad.
Al final, entre luces y caos, siento que Lima me
habla, pero en un idioma que solo los de acá entendemos.