Páginas

lunes, 2 de junio de 2025

Evocando un Miraflores escondido debajo del cemento.


Ribeyro en sus relatos santacrucinos nos cuenta sus vivencias en un barrio de Miraflores en donde todos eran una gran familia y se conocían unos a otros, eso antes de que desde los años 60 la migración masiva transformara Lima para siempre con las cosas buenas y malas que esta trae consigo, Lima en general muto a ser un lugar más frío e impersonal, porque las urbes avanzan y en el proceso pierden parte de su identidad.

Ayer, caminando por Miraflores, recordaba con nostalgia a aquel distrito que quedó en el olvido y en el que ahora convergen personas provenientes de toda Lima con agendas distintas, pero atraídas cuáles abejas a la miel al mismo lugar.

Empiezo mi recorrido por la calle Bolívar al frente del café temático H-Elarte cuya decoración de su local diseñada en 2D recuerda al famoso video de “Take On Me” de la banda A-ha y que casi siempre tiene cola para entrar, sobre todo los fines de semana. Camino por la calle Tarata recordando lo que aquí aconteció en los 90 y ese horrible mar de sangre, aún hace helar mis huesos, y pienso en mi amigo que está a mi costado y que ese día paseaba en bici solo una hora antes de la explosión. Es algo que nunca se olvidará y peor para aquellos que lo vivieron en carne propia.

Un local en particular cambia mis pensamientos y me hace recordar que en ese lugar hace muchos años había una librería cristiana en donde descubriría por primera vez el clásico fanzine Crazyhead y una sonrisa se forma en mi rostro.

Dejo Tarata y su peso histórico detrás y camino entre discotecas, restaurantes y hoteles envueltos en un aire de modernidad y nostalgia. Camino perdido en mis pensamientos hacia la Calle los Pinos, donde la modernidad se mezcla con tiendas que parecen congeladas en los 80, como si el tiempo se resistiera a avanzar, al igual que la Calle Porta, que está solo a unos pasos. Restaurantes accesibles al bolsillo, galerías que vieron mejores días (incluyendo una tienda de música cristiana a fines de los 90 que duro poco más de un año), ofertas de imprenta, fotocopiado y otros, e incluso diviso una conocida discoteca de ambiente (Y pienso si algún incauto habrá entrado allí alguna vez y terminado como el Teniente Harris)

Dejo la quietud de los Pinos detrás y me sumerjo en el caos del Parque Kennedy, el epicentro de celebraciones y manifestaciones (Como la clasificación al mundial 2018). La feria de Pulgas, los dulces limeños tradicionales, las ferias de libros (donde conocí a Daniel F y al hijo de Don Ramón). Sigo absorto en mis pensamientos y podría jurar que Mario Poggi, que rondaba este parque en los 90, me estuviera saludando con su mano alzada, luego volteo la mirada y me percato gracias a un amigo de un par de mujeres “cariñosas” sentadas en una banca y recuerdo a mi primo decirme que nunca me siente allí porque era el “estacionamiento” de los chibolos que esperaban a que alguna tía con billete se los lleve a “dar un paseo”. (Por algo lo habrá dicho).

Dejo el tumultuoso parque Kennedy y sus historias detrás y llego al Cine Pacífico fundado en el año 1958 y que luego de tantos años aún sigue convocando a gran cantidad de personas que ven en sus instalaciones el recuerdo de una Lima que ya no existe y cuya oferta en medio del alza de los precios de cines más modernos aún capta la atención del respetable, no será top, pero tiene un aire de familiaridad que la modernidad no puede igualar.

Termino de ver mi película y salgo con mis amigos a buscar alguna oferta gastronómica convincente, me topo con el McDonald's lleno de muchachos, luego con el emblemático café Haití fundado en 1962 que sufriera un atentado que nunca se olvidara y que ahora sigue firme atrayendo a su público que no lo ven solo como un Café sino como a un viejo amigo al que suelen visitar con nostalgia, paso por el Café Chio La fuente de Soda fundada en el 1983, luego paso por el que alguna vez fuera el local de Phantom famosa disco tienda y una de las más modernas de su época cuyo segundo piso era todo un viaje y que ahora luce desolado. Recuerdo que en el sótano de ese lugar también había una discoteca de dudosa procedencia.

Paso junto al local de la librería La Familia que data del año 52 y en donde con mi primo solíamos visitarla en los 90, siendo una de las primeras en tener en su sótano libros de bandas de rock. Seguimos avanzando pasando el pasaje donde se reúnen los ajedrecistas a jugar y luego por la calle de las Pizzas que ha sufrido toda una metamorfosis y ahora es algo muy distinto de lo que solía ser, entramos al mercado San Martin que es uno de los tantos mal llamados mercados con ofertas de restaurantes diversos, pero a precios algo elevados.

En la avenida Ricardo Palma, paso por la histórica Tiendecita Blanca, que resiste desde 1936, pero también por lo que fuera una galería que ahora es solo un estacionamiento. Llegamos al restaurante Luren un clásico de Miraflores con una carta clásica y muy buena como para terminar la expedición Miraflorina.

Viví en Miraflores poco tiempo cuando era niño, pero esos recuerdos son fugaces. Desde niño he transitado estas calles con diversos personajes, algunos de los cuales ya no están y en diversas circunstancias y no puedo más que ser sobrecogido (casi abrazado cálidamente por la nostalgia).

Algo me hace sentir que ese Miraflores de antaño aún respira bajo el asfalto nuevo, pero no alrededor de estos lugares que recorrí hoy, sino en calles antiguas y más tranquilas que aún guardan ese ambiente de familiaridad que pareciera haber sido sepultado por la modernidad.

Al final, entre luces y caos, siento que Lima me habla, pero en un idioma que solo los de acá entendemos. 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario